24.7.05

 

King´s Cross (+)

Mario Vargas Llosa

[...] Contra gentes así es muy difícil defenderse. Cuando alguien está dispuesto a sacrificar su propia vida para poder matar, se convierte en un arma de destrucción atrozmente efectiva. Por otra parte, lo perverso del terrorista de esta índole es que en una sociedad democrática, donde los derechos del ciudadano se respetan, tiene un ancho campo de acción para pasar desapercibido. En una sociedad autoritaria, en cambio, con su sistema asfixiante de controles y limitaciones para la iniciativa y la movilidad individual, el peligro se puede reducir considerablemente. Y no hay duda que aquellos cerebros luciferinos que planean los infiernos urbanos en los que inmolan sus cuerpos, aspiran a que una de las consecuencias de sus asesinatos a ciegas sea socavar las instituciones democráticas e induzcan a los gobiernos a restringir las libertades que para ellos significan impiedad.No hay el menor peligro de que ello ocurra en el Reino Unido, un país que, puesto a prueba en lo que concierne a la defensa de la cultura de la libertad, nunca decepciona. Lo demostró de una manera que pone los pelos de punta cuando tres cuartas partes de Europa Occidental era derrotada, se rendía o se acomodaba con los que parecían invencibles ejércitos de Hitler, resistiendo solo, en condiciones de absoluta inferioridad bélica, con un heroísmo sereno y sacrificios sin cuento, su pueblo unido como un puño detrás de su Gobierno, hasta que, con la entrada en guerra de los Estados Unidos, la relación de fuerzas entre los adversarios comenzó a cambiar a favor de los aliados. Y, en los años ochenta, la gran recuperación e impulso de los valores democráticos y de la modernización económica del mundo occidental, que contribuiría de manera decisiva en el desplome del comunismo y la utopía colectivista, tuvo a Gran Bretaña a la cabeza de Europa. Fue un Gobierno conservador el que dirigió aquella formidable revolución pacífica. Ahora es un Gobierno laborista el que enfrenta el desafío del fundamentalismo del terror. Ciertas retóricas varían, pero la actitud es idéntica: cuando están amenazadas las instituciones que sostienen la civilización, las querellas políticas y las menudencias locales pasan a segundo plano, porque la unión de todos los demócratas es la mejor estrategia para derrotar a los enemigos de la libertad. [...]

Como una de las bellas conquistas del Occidente es el espíritu autocrítico, el terrorista islámico tiene entre nosotros buen número de valedores. Gentes, por ejemplo, convencidas de que, si no hubiera pobres, si no hubiera hambre y explotación, no habría terrorismo. Es decir, que los hombres-bombas que despanzurran a inocentes son luchadores sociales extraviados, que, aunque equivocados en su proceder demencial, actúan guiados por un mesianismo generoso, fabricado por la frustración y el rencor que produce entre los marginados la opulencia, la falta de solidaridad y el espíritu de lucro occidental. Estas almas cándidas no parecen haber advertido que los terroristas fundamentalistas matan sobre todo a pobres y marginados, y que, cuando llegan al poder, como ocurrió en Afganistán durante el régimen talibán, sus políticas generan una pobreza espeluznante, y que la crueldad con que aplican sus convicciones, por ejemplo con las mujeres, a las que prohibieron estudiar, trabajar, y condenaron a vivir sólo como apéndices de padres, hermanos y maridos, no congenia para nada con esa visión simplista -y occidentalizada hasta el tuétano- de las motivaciones y aspiraciones del fanático.

Es una ingenuidad creer que al terrorista acuartelado en su visión dogmática se le puede aplacar con concesiones. Todavía hay quienes sostienen que si Estados Unidos no hubiera derribado al régimen de Sadam Husein no hubiera ocurrido lo que está ocurriendo. ¿Acaso los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono ocurrieron después de la intervención en Irak? No, la antecedieron y la provocaron. Se puede discutir la oportunidad y la manera en que aquella se produjo, pero no sostener seriamente que si la dictadura ignominiosa del sátrapa iraquí estuviera todavía incólume no habría terrorismo fundamentalista. La guerra contra la cultura de la libertad que encarna la civilización occidental estaba ya declarada hacía tiempo y ya había dejado muchos muertos en varios continentes antes de que Estados Unidos se decidiera a invadir Irak. Esta invasión ha liberado a los iraquíes de una dictadura atroz, que asesinó, torturó y exilió a millones de personas y provocó una guerras -contra Irán y contra Kuwait- que causaron más de un millón de muertos. Desde entonces, el pueblo iraquí es un pueblo mártir, en la expresión más alta y noble que tiene la palabra, porque los mismos fanáticos que asolaron con su odio y sus bombas a New York, Washington, Madrid y Londres, asesinan, mutilan y hacen vivir en el terror a esos ocho millones de iraquíes que, plantándoles cara con la pacífica y trascendental acción de ir a votar en las primeras elecciones libres en la historia de Irak, los desautorizaron y rechazaron. [...]


Más, en El País

Addenda: Comenta belaborda en Hispalibertas:

Para nada de acuerdo con esa apreciación de que hay un terrorismo malo, malísimo (el terrorismo islámico que no discrimina a las víctimas), y otro u otros terrorismos menos malos, casi nada malos, que incluso llegan o llegaban (ha puesto como ejemplo un terrorismo finisecular, el anarquista del XIX) a practicar el crimen amparados en una estricta moral, que excluía de entre las víctimas a personas "inocentes". Simplemente considerar la exclusión de víctimas inocentes en el atentado con una ‘bombita’ de Mateo Morral en la boda de Alfonso XIII el 31 de mayo

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