5.7.04

 

Contra la igualdad

No hay nadie que sepa leer que no conozca el famoso lema gabacho de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aquello de la revolución del 89 y su lema es una de las más importantes aportaciones de Francia al mundo, junto con el queso Camembert, Platini y su inimitable estilo al volcar camiones. Pero el lema es desastroso, creo yo. Lo de la libertad, vale, me parece esencial y todo eso, pero lo de la fraternidad me resulta un poco Kumbayá y lo de la igualdad me saca de quicio.

Si entendemos la igualdad como la igualdad de oportunidades o la igualdad ante la ley, vale, eso está muy bien y dudo que haya alguien a quien no le parezca bien. Nada más propio de los liberales que eso. Pero si entendemos la igualdad como el final de las diferencias económicas entre unas personas y otras, mire usted, ahí ya sí que no. La igualdad es un camelo que, como la utopía ha traído infinidad de horrores allá donde se ha pretendido instaurar. Y no es que se haya traicionado el ideal, como tampoco se ha traicionado jamás el ideal comunista, sino que la idea misma está viciada de base.

Pretender un mundo sin ricos ni pobres es, sencillamente, pretender un mundo lleno de pobres. En un mundo en el que nadie se pudiera hacer rico vendiendo sus productos o inventando otros nuevos, desaparecería la iniciativa. En un mundo donde el trabajo bien hecho, y el conectar con los deseos de la mayoría en un momento dado no fuera recompensado con muchos dineros, la investigación, el desarrollo de nuevas tecnologías y, sobre todo, el acceso de la mayoría a esas nuevas técnicas y productos no existiría. La existencia de "ricos" implica la aparición del lujo. Y no es difícil llegar a la conclusión de que el lujo de hoy es la normalidad de mañana. Los coches, los cuartos de baño, los viajes en avión, los ascensores o los teléfonos móviles comenzaron siendo un lujo y ahora los tiene hasta el gato. Y eso se ha hecho, no a costa de los sufridos pobres del tercer mundo, cuya situación tiene mucho más que ver con la inexistencia de libertad de empresa que con su existencia, sino gracias a los empresarios que, con la idea de abaratar sus productos para vender más y acceder a más población, se han gastado sus millones, y los de sus empresas, en ello. No es altruismo, es inversión. No se hace por generosidad, se hace para ganar más dinero. Pero con ello se consigue lo que el Estado, que no puede ser otro el "promotor" de la dichosa igualdad, que una mayoría acceda a productos y servicios que tiempo atrás estaban vetados para ellos. Sí, es aparentemente curioso y paradójico. La bondad de una idea (la igualdad) produce el horror. La supuesta maldad de otra idea (el afán de lucro) produce la extensión del poder adquisitivo y la riqueza.

A nadie le gusta ver como la gente se muere de hambre en determinados países, y, desde luego, a nadie le gusta que haya mendigos en las calles. Pero achacarle al capitalismo y al liberalismo dicha situación es absurdo. Es precisamente en países donde "la igualdad" es el lema de sus gobiernos donde más desigualdad existe. La idea de que el capitalismo primermundista provoca la desolación en África o Asia es un error y una estafa intelectual. Vean a Corea o Japón. El que produce, vende, y el que vende, gana dinero. Si más gente prefiere tu producto, ganarás más dinero. Se vota con el bolsillo, se elige cada día en el supermercado o en el concesionario de coches. Allá donde no hay libertad de empresa, donde en nombre de la "igualdad" se impide a las personas que elijan y que intenten darles a los demás lo que demandan, es donde la igualdad consiste en una inmensa multitud famélica. La "redistribución de la riqueza", léase los impuestos a quienes más ganan para construir polideportivos y escuelas para el resto, es otra de las mayores estafas intelectuales y económicas de nuestro tiempo. Lo que se hace con ello es penalizar a quienes más producen, con lo que producen menos, y la extensión de la riqueza que en condiciones de libertad económica sería más rápida, se empantana, así que a los "pobres" (me refiero a aquellos con menos poder adquisitivo, no a los mendigos) tardan más en acceder a productos y servicios que de otra forma podrían adquirir con menos trabas. Es decir, los ricos, menos ricos, y los pobres, más pobres.

Se podría decir, y se dice, que, con ese dinero que el Estado les quita a los "ricos" (en realidad se lo quita, sobre todo, a la parte superior de las clases medias, pero esa es otra historia), se pueden "corregir" las desigualdades, es decir, montar colegios, polideportivos y hospitales para quienes menos tienen. Es otro error. El Estado no sabe, ni puede saber, qué es lo que quiere o necesitan sus ciudadanos, puesto que los intereses y necesidades de cada cual chocan necesariamente con los de otras personas. Nunca llueve a gusto de todos, ya se sabe. Así pues, el Estado, que suele tardar más y hacer peor las cosas que las empresas, ya sean autopistas o colegios, impone su opinión, su idea de lo que debe ser la corrección de las desigualdades, su manera de hacer las cosas, a los ciudadanos. Por más diálogo y consenso y talante y demás que un gobierno ponga a la hora de gastarse el dinero de todos, es evidente que lo hará peor que lo haría un empresario a la hora de ofertar esos mismos servicios a "los pobres". Además de que a "los pobres" les resta posibilidad de elección. Es decir, en nombre de la igualdad, se consagran las desigualdades.

Comments: Publicar un comentario

<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?